Hay una bonita anécdota que relata que cuando Miguel Ángel finalizó la estatua de Moisés se colocó delante de esta obra colosal, la golpeó con un martillo en la frente y se dirigió al profeta preguntándole: "¿por qué no hablas?".
Otras versiones, quizás teniendo en cuenta el carácter del artista,
señalan que éste conminó directamente a su obra, diciéndole "¡habla, perro!". Incluso hay una continuación de la leyenda que afirma que Moisés contestó a su creador indicándole que "creaste
a David para hacer feliz el aire de Florencia, y por eso él es música; a
mi me has creado para estar sentado sobre la tumba de un Papa, por eso
guardo la voz de los muertos".
.Sepulcro del Papa Julio II. (1515-1545). Roma.
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Tan
hermosas historias nos ponen delante de una de las obras mas
majestuosas de la escultura de todos los tiempos: el Moisés de Miguel
Ángel, tallado en un único bloque de mármol de Carrara y que alcanza una
altura de 235 cm. La estatua se encuentra hoy, desde hace ya mucho
tiempo, en Roma, pero no en el lugar para el que fue concebida
originariamente (la basílica de San Pedro) sino en otra iglesia de
importancia mucho menor, la de San Pedro in Vincoli. Forma parte del
conjunto levantado para dar sepultura al Papa Julio II.
Proyecto de Miguel Ángel para la tumba de Julio II.
La
propia historia del sepulcro parece casi una crónica de sucesos: en
1505, poco después de concluir el David, Miguel Ángel elaboró un
ambicioso proyecto de mausoleo pontificio en el que a la estatua de
Moisés le correspondería un lugar en el piso intermedio de los tres
niveles de los que constaría la obra, que debía tener un total de 47
esculturas. Sin embargo la aprobación de la idea se fue demorando;
parece que hubo intrigas palatinas al respecto surgidas de Bramante,
quien no quería desviar fondos a la construcción del sepulcro, ya que
impedirían financiar las obras de la propia basílica de San Pedro. Así
pues, se irían haciendo sucesivos recortes frente a la idea original.
Llegados a estas alturas Julio II falleció en 1513 y Miguel Ángel debió
acordar las trazas definitivas de la obra con sus herederos, lo que
condujo a sucesivas modificaciones. De este modo no se firmó un contrato
formal hasta 1532 (17 años después de haber esculpido el Moisés) y el
sepulcro no estuvo concluido hasta 1545. Para entonces su ubicación
había quedado en la iglesia citada y la tumba se concebía ahora adosada a
la pared, mucho menos majestuosa, de menor envergadura y con una
sensible reducción del número de esculturas que la componían, hasta tal
punto que sólo una de ellas resulta de la mano de Miguel Ángel.
Nada
de esto nos importa ahora a quienes gustamos de la escultura. La
decepción de un artista que no pudo dar curso a sus geniales ideas no
nos priva de la visión de este coloso del Antiguo Testamento, un
gigantesco Moisés sentado que porta bajo su brazo derecho las tablas de
la ley, mientras con la misma mano se mesa la luenga barba. No mira al
frente, sino que gira su cabeza hacia la izquierda, mientras el pie de
ese mismo lado inicia un movimiento en leve contrapposto que rompe el
equilibrio de la obra y transmite al espectador una clara imagen de
energía, de dinamismo que niega el equilibrio habitual de una estatua
sentada.
Pero,
¿por qué se mueve Moisés? Es evidente: ha subido al Sinaí y, tras
permanecer allí cuarenta días, ha recogido el mensaje divino: los diez
mandamientos. Ha estado en contacto con la poderosa presencia del mismo
Dios y de su cabeza aún irradian rayos de luz. Vuelve hacia su pueblo
confortado con el mensaje de Yavhé y encuentra a israel adorando falsos
ídolos, un becerro de oro elaborado con las joyas que se han podido
reunir en medio del desierto. Moisés entra en cólera, tensa sus músculos
y va a levantarse de su asiento. Y en ese momento lo capta Miguel
Ángel: todo energía y decisión, asombro y enfado ante la idolatría de su
pueblo. Un minuto después romperá en mil pedazos las tablas de la ley,
mientras Israel se apresta a recibir el castigo divino.
Esa tensión dramática, ese interés en reflejar el patetismo de la situación es lo que ha venido a denominarse terribilitá,
la característica más definitoria de esta inmensa obra que contrasta
frente a los rasgos más dulces de la producción anterior de Miguel
Ángel. Vemos aquí el rostro colérico, la mirada penetrante, ese juego de
tensiones entre una pierna adelantada y la otra retraída, la
extraordinaria longitud de la barba, el movimiento del brazo izquierdo
que se apresta a recoger las tablas de la ley, el juego de pliegues de
la ropa, la fuerza muscular que irradia toda la escultura. La fuerza del
profeta emana claramente de su interior y se nos manifiesta en la
cólera que el artista sabe transmitirnos.
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Así
que el Moisés es la historia de varias frustraciones: la del Papa que
no vio su tumba acabada, la del propio personaje que asistió a los
pecados de su pueblo y la del propio artista que lo talló cuando tenía
40 años, en plena madurez, pero que no lo vio colocado en su sitio
definitivo hasta que no había alcanzado los 70, muy lejos de su proyecto
original.
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Nada
de eso importa. Miguel Ángel ha dejado aquí bien claro lo que un genio
como él podía hacer con un bloque de mármol. Nos ha mostrado, una vez
más su capacidad para transmitir actitudes; terribilitá, en este caso. Lo que nos pasa a todos muchas veces a lo largo de la vida. El artista conocía bien la psicología humana.
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En esta página disponéis de una biografía de Miguel Ángel y de una amplia galería fotográfica de sus obras. Es muy amena también esta otra web inglesa. En esta web italiana disponéis de una biografía cronológica del artista, contada año a año. Por último, leed en inglés este interesante artículo sobre "los signos de la traición" en el Moisés.
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